Nuestro propio San Francisco: tranvías en La Habana… lo que el tiempo borró

Redacción

Nuestro propio San Francisco: tranvías en La Habana

Quien ha recorrido La Habana, seguramente se ha percatado de ciertos fragmentos de rieles camuflados entre la maleza y las calles. Pues, hace poco más de dos siglos, esos rieles marcaban el destino de muchos habitantes y fueron el comienzo de un nuevo y emocionante medio de transporte: el tranvía.

La Habana fue la segunda ciudad de Latinoamérica en implementar el servicio de tranvías, aventajada solo por México. En su primera etapa, eran más bien rústicos pues se movían por fuerza animal. Tres caballos tiraban del vagón conducido por el amigable cochero. El 1 de junio de 1862 vio la luz el servicio público “Ferrocarril Urbano de La
Habana” bajo el mando del capitán general Don Francisco Serrano Domínguez, duque de la Torre y conde de San Antonio. Ese día La Habana fue testigo de la circulación del primer tranvía, que recorrió su primer tramo entre el Cerro, Jesús del Monte y el Carmelo (reparto del Vedado).

Al inicio, los cocheros no pasaban de la treintena y disponían diariamente de sus caballerizas para el trabajo. Eran figuras muy populares en la época. La iconografía del cochero ha quedado grabada en caricaturas y documentos del siglo decimonónico. Un hombre con gran bigote, bien arreglado y con su uniforme limpio y planchado, que recibía cada mañana con un enérgico “Buenos días” a sus pasajeros.

Para finales del siglo XIX, los caballos fueron sustituidos por tranvías que se movían a vapor. Se popularizó tanto entre los habitantes de La Habana y el Vedado (ramales por donde se movía) que comenzaron a llamarle “La Maquinita del Vapor”. Esta circuló hasta el año 1900 y su ruta comenzaba en la esquina del Paseo del Prado, continuaba por la calle San Lázaro y culminaba en el Vedado (calles aún muy transitadas en la actualidad y ruta de muchos ómnibus y coches).

El siglo XX abre con un nuevo modelo de tranvía, el tranvía eléctrico, introducido en la ciudad por compañías americanas (debemos recordar que con el siglo inicia el período de ocupación militar norteamericana). La primera línea construida abarcaba unos cuatro kilómetros de largo y conectaba villas más lejanas: Regla y Guanabacoa, situadas al este de la bahía. Un año después, el 3 de septiembre, la Compañía Havana Railway oficializo el servicio de tranvías eléctricos y extendió sus rieles por toda la ciudad.

Quedan testimonios sobre la limpieza del tranvía, la comunidad de sus asientos y el buen servicio ofrecido por los conductores. Estos tranvías funcionaban a partir de una planta eléctrica que generaba la corriente necesaria para su desplazamiento diario. Se encontraba situada entre las calles Águila y Colón (hoy, Centro Habana).

Fue tal el auge alcanzado por este medio de transporte que las nuevas líneas fueron ocupando gran parte de la ciudad y, de hecho, las edificaciones posteriores se realizaron en función de las rutas de los tranvías. De ahí que podamos declarar que, en cierta medida, los tranvías marcaron el esquema espacial de la Habana. Con el tiempo, el
número de rutas alcanzó la treintena, por ello se construyeron terminales en los municipios de la Víbora, el Cerro, Carlos III y el Vedado.

A principios de la década del 40, se implementa un nuevo diseño de tranvía que ofrecía más espacio, más comodidades y una mejor ventilación. El modelo, conocido como “Jaula” poseía longitudes mayores que el anterior y, si bien podía contener más pasajeros, ofrecía una dificultad. A causa de su longitud, se entorpecía su manejo en
curvas y rutas con varias paradas. Así pues las vías debían ser rectas y directas a su destino.

Sin embargo, el progreso no se detiene. Una vez introducidos los ómnibus y al calor de las novedades, los tranvías fueron quedando relegados. El 29 de abril de 1952, el tranvía P2, número 388 efectuaría su último viaje y el de todos los tranvías. A partir de este momento, solo quedaría el recuerdo de la ciudad habanera convertida en una pequeña
San Francisco. No obstante, aún queda un tren eléctrico en La Habana, cuya ruta recoge todo el Malecón hasta el puerto y nos ofrece la oportunidad de ser partícipes de la experiencia de siglos anteriores.