En medio de los vientos huracanados que soplan desde la Casa Rosada con Javier Milei al timón, el gobierno argentino decidió darle punto final a un espacio que rendía homenaje al controvertido Ernesto “Che” Guevara. Se trata de La Pastera, un edificio ubicado en San Martín de los Andes, dentro del Parque Nacional Lanín, que desde hace años funcionaba como museo gestionado por la Asociación Trabajadores del Estado (ATE).
El anuncio vino de la mano de Manuel Adorni, vocero de presidencia, quien no se guardó nada. Según explicó, la Administración de Parques Nacionales tiró por tierra el acuerdo firmado en 2008 durante la era de Cristina Fernández, alegando que el sindicato en vez de restaurar un sitio histórico, como estaba pactado, lo convirtió en un santuario dedicado al Che.
Adorni fue tajante al señalar que no se trata solo de una falta al contrato, sino de una “ilegalidad descarada” al usar bienes del Estado para enaltecer a alguien que, según sus palabras, fue un “terrorista”. Para rematar, soltó una frase con sello propio: “Defender los recursos de los argentinos no es capricho, es principio”.
En su defensa, ATE había promovido actividades culturales como la presentación del libro Mundo Che en La Habana y la recepción de estudiantes universitarios, algo que, para el actual gobierno, no justifica el uso del espacio público en honor a una figura que despierta tanta controversia.
El Che Guevara sigue siendo un símbolo cargado de polarización. Idolatrado por algunos como icono revolucionario, y odiado por otros que lo consideran verdugo, el argentino-cubano ha sido exprimido hasta el cansancio por la propaganda del régimen castrista y por la nostalgia romántica de cierta izquierda internacional.
Médico de formación y guerrillero por vocación, Guevara fue pieza clave en el ascenso de Fidel Castro en 1959. En la Cuba revolucionaria, llegó a ser presidente del Banco Nacional y ministro de Industria, pero su ambición internacionalista lo llevó a encender la mecha guerrillera en el Congo y más tarde en Bolivia, donde terminó cayendo en combate y siendo ejecutado.
Pero no todo en su historia es pancarta y boina. Durante su estancia en la fortaleza de La Cabaña, al inicio de la Revolución, el Che estuvo involucrado en fusilamientos sumarios, muchos sin juicios ni defensa, hechos por los que aún se le recuerda con el apodo sombrío de “el carnicero de La Cabaña”. En 1964, parado frente a la Asamblea General de la ONU, soltó sin pestañear: “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando si es necesario”. Esa frase todavía retumba.
El cierre del museo no solo pone en jaque un símbolo, también deja claro que el gobierno de Milei quiere marcar distancia con las narrativas heredadas del kirchnerismo, y no piensa endulzar ni una pizca del pasado. El Che, con su leyenda manchada de sangre y romanticismo, vuelve a quedar en el centro del ring, donde se dan de piñazos la memoria, la política y los intereses del presente.
¿Hasta dónde llega la figura del Che en el imaginario argentino? ¿Es memoria histórica o propaganda reciclada? Por ahora, al menos en San Martín de los Andes, la puerta del museo quedó cerrada con candado y sin vuelta atrás.